domingo, 28 de octubre de 2012

Muero, moriré


Y así me di cuenta de que tenía que escribir. No tuve concentración para terminar mis ejercicios de Electrónica, no podía preparar la clase del lunes. Ni siquiera quería cantar, bailar o tocar la guitarra. Mi cerebro se cansaba rápidamente, mi mente estaba lejana, fuera de mi radar. Mi pensamiento estaba en un área que no pude reconocer. Fue entonces cuando me percaté de la atracción que ejercía mi ordenador, me halaba cual imán, no quería usar internet precisamente. No fui capaz tan siquiera de leer alguno de los cuentos grotescos de José Rafael Pocaterra, mi libro de turno. La redacción me llamaba. Debía escribir algo, con sentido o no. Sincero o fantasioso, vanidoso o real. Eran como unas ganas de mear, en el plano moral o artístico. Mis dedos debían actuar, estaban al borde de la inutilidad. Sendos pedazos de huesos cubiertos de carne. Nada más destructivo que la inactividad. Debo teclear ya, pensé. Pero pronto llegaría lo que sería mi fracaso: una carencia de idea. No tenía inspiración. Simple inercia o hábito. Mi mente no pensaba. Dónde estaba yo, nadie lo sabía. Con una burbuja inmensa dentro de mi estómago, llena de dolor y rabia. De haber explotado, ya sería un homicida. Los minutos corrían, escuchaba “The tip of the iceberg”, mis dedos moviéndose sobre el teclado y mi mente aún sin regresar, o irse, del todo. Me frustra muchísimo, me amarga la idea de no saber qué contar, de no pensar. Tal vez los ejercicios con diodos ya habían acabado conmigo, ya habían violado mi lógica. Me sentía desolado, despellejado, sin fuerzas para luchar. Mi consuelo eran estas letras. Siento que mi muerte se avecina y no por suicida, sino que siento un agotamiento en mi corazón. Mis dientes apretujados de rencor. Estoy inconforme con mi vida, con este mundo, quiero vivir. No logro el éxito, no consigo ser feliz por más que trate, o no trate. Rodeado de soledad, de gritos y preguntas. De palabras que me llenan de dudas. De tweets. Justo en ese momento me doy cuenta. He sido una víctima más de la infoxicación; esto no es más que el exceso de información, importante o no. Sé todo de todos, aun sin haber tenido ese objetivo. No quiero saber un coño de la vida de nadie más. Esta noche no quiero dormir. Quiero morir, morir y revivir para enfrentarme al mundo. Cansarme de nuevo, pensando o escribiendo. Que mis oídos se aturdan por los decibeles de mis audífonos. Quiero que me besen y me toquen en la oscuridad mientras desaparezco. Quiero ser rogado por un beso y despreciado por la mujer más bonita, o la más fea, del frente. No quiero desaparecer sin dejar mi marca. Quiero ser conocido, ¡maldita sea! Sobreviviré. Renaceré, pero esta vez seré feliz, no un esclavo como me has tenido. Moriré, pero porque querré, no por tus condenas. Muérdeme muy fuerte y sangraré, más no te golpearé ni me defenderé. No seré, pero intentaré ser. No llegaré, pero correré y me detendré a jadear cuando lo desee. Esta noche permanezco solo y me creo alguien. Como la cicatriz perduraré en este mundo, porque me lo han dicho las letras y porque tengo derecho a creer. No olvido, perdono. Te deseo y no te tengo, pretendo que nada es, pero todo sí, todo sí lo es. Esta noche te quiero. Esta noche me masturbaré en mi soledad porque tendré tus ojos clavados en mi cabeza, mi notable pequeñez. Me dejaré dormir o morir, no sabré sino hasta mañana y tú sí que nunca lo sabrás. Y como Lana, mi amor es dulce como la canela. Deséame suerte, apláudeme y abrázame. No me beses porque me derrito.


Hurtblood

lunes, 15 de octubre de 2012

ODA A LAS COSAS

Amo las cosas loca, locamente.
Me gustan las tenazas,
las tijeras,
adoro las tazas,
las argollas,
las soperas,
sin hablar, por supuesto,
del sombrero.


Amo todas las cosas,
no sólo las supremas,
sino las infinitamente chicas,
el dedal, las espuelas,
los platos, los floreros.


Ay, alma mía,
hermoso es el planeta,
lleno de pipas
por la mano conducidas
en el humo,
de llaves,
de saleros,
en fin,
todo lo que se hizo
por la mano del hombre, toda cosa:
las curvas del zapato,
el tejido,
el nuevo nacimiento del oro sin la sangre,
los anteojos,
los clavos,
las escobas,
los relojes, las brújulas,
las monedas, la suave suavidad de las sillas.


Ay cuántas cosas puras
ha construido el hombre:
de lana,
de madera, de cristal,
de cordeles,
mesas maravillosas,
navíos, escaleras.


Amo todas las cosas,
no porque sean
ardientes o fragantes,
sino porque no sé,
porque este océano es el tuyo,
es el mío:
los botones,
las ruedas,
los pequeños tesoros olvidados,
los abanicos en cuyos plumajes
desvaneció el amor sus azahares,
las copas, los cuchillos,
las tijeras,
todo tiene en el mango, en el contorno,
la huella de unos dedos,
de una remota mano

perdida en lo más olvidado del olvido.

Yo voy por casas,
calles,
ascensores,
tocando cosas,
divisando objetos que en secreto ambiciono:
uno porque repica,
otro porque es tan suave
como la suavidad de una cadera,
otro por su color de agua profunda,
otro por su espesor de terciopelo.


Oh río irrevocable de las cosas,
no se dirá que sólo amé
los peces,
o las plantas de selva y de pradera,
que no sólo amé
lo que salta, sube, sobrevive, suspira.
No es verdad:
muchas cosas me lo dijeron todo.
No sólo me tocaron o las tocó mi mano,
sino que acompañaron de tal modo
mi existencia que conmigo existieron
y fueron para mí tan existentes
que vivieron conmigo media vida
y morirán conmigo media muerte.



Pablo Neruda

lunes, 1 de octubre de 2012