viernes, 21 de septiembre de 2012

La muerte de Maury


No tuve el valor. Las escaleras se me antojaron oscuras y llenas de espinas. Luego de mirar a la sala me atrevo contra mi voluntad a pisar el primer escalón con la suela de mis zapatillas pero me vence la razón, doy media vuelta y regreso a la cocina donde se encuentra Dora. Era Maury la abuela paterna de Victoria y Estefanía, la segunda era quien nos había recibida en sollozos y con la cara gacha, así estaba de triste la más risueña castañuela de esa casa. Victoria era la mayor y tal vez por eso la más fuerte, sin embargo la menor a pesar de ser tan sentimental no era débil en lo absoluto, sólo transparente. En la planta de abajo sólo vimos a Estefanía, Vicky estaba en su habitación preparada para dormir según nos había dicho Dora. Había fallecido en la clínica hace dos o tres horas antes de que llegáramos. Recibimos la noticia en el auto mientras regresábamos de las vacaciones en Anaco. Gloria, quien era la esposa de mi papá, había llorado largo rato. Dios sabe que no es mi fuerte el dar consuelo y mi etiqueta es cuestionable al ochenta por ciento aproximadamente, por ello me limité a callar y permanecer en mi asiento sin tocar a mi madrastra que estaba vuelta lágrimas y mocos. La curiosidad no tardó en conducirnos a Ricardo, mi hermano menor, y a mí al borde de las escaleras. Sólo mirarlas me resultaba pesado, pero era un deber moral. Acompañar a nuestras primitas en tan inmenso dolor, con todas las incomodidades que la muerte representa. Subimos programándonos para no hacer chistes ni mostrar la más mínima chispa de felicidad. Habíamos conocido a la señora Maury, yo recientemente. Compartimos con la difunta en muchas reuniones en casa de las niñas e incluso fuimos algunas pocas veces a la suya que estaba bastante cerca. Estando arriba sentía un peso sobre mis hombros, mi cuerpo se inclinaba en caída sobre las escaleras pero no me dejé vencer, tomé la delantera y toqué la puerta antes de entrar. Tras asegurarnos de que nadie estuviera sin ropas saludamos a Victoria con un abrazo para no ver su cara, aunque para sorpresa de ambos lucía un aspecto relativamente saludable, casi como de costumbre, de todas maneras no hicimos bromas porque éramos conscientes de su pérdida. Nos sentamos en la cama y escuchamos la conversación de Orianna, mi hermana de diecisiete años, con Victoria. Cualquier rastro de tristeza ya se había disipado luego de una hora gracias a los comentarios y preguntas de mi hermana al igual que la naturalidad y fortaleza de Victoria para contestar a estas de la mejor manera como la buena anfitriona que siempre ha sido. Ricardo y yo nos limitamos a sonreír y enseriarnos cuando correspondía. Luego se sumaron algunos primitos de las niñas que permanecieron con nosotros hasta que mi papá subió a decirnos que nos íbamos. Gracias a Dios, eso fue anoche y lo que al principio parecía una pesadilla bien negra se convirtió en una visita sencilla (dentro de lo que cabe para una reciente muerte). Aunque no fui al funeral (por lo que me siento algo culpable) sigo acompañando a mis primas en su dolor. Cómo es de impredecible el futuro, alguien que conoces y has visto varias veces está y de repente ya no. Qué fuerte es soportar la muerte de un familiar. Sólo he estado presente en funerales pocas veces, pero no en la de alguien muy cercano. Me aterra pensar en el sufrimiento que vendrá con la muerte de seres queridos que sé que morirán, me lo dice la lógica y la historia. Quiero vivir, vivir a lo grande y compartir mi amor. Hay tantas canciones que hablan de amor, pero esta noche no me llega ninguna a la mente, lo que me entristece y me quita un pelo de ilusión. Sonará egoísta pero me alegra no ser yo quien murió porque me recuerda que no he cumplido mi propósito en la Tierra. Doy gracias a Dios por este don: la vida. Doy alabanzas al cielo y deseo que Maury pueda descansar en paz.

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Buena esa