sábado, 29 de septiembre de 2012

Septiembre 13. 11:49PM. Anaco.


La noche crece. La noche es joven. La punta de la manecilla en el reloj rodea constantemente su centro. Ascienden las horas. Empeño del hombre en hacer el tiempo finito. Fue así como se reproducía el disco de viniloversus. Siempre es grato escuchar un buen disco, sabe Dios que éste es mi delirio. Discos indie que vienen y se quedan. Letras que se graban con tinta indeleble sobre las paredes de mi memoria, con o sin sentido, como grafitis. Los adultos tenemos sentimientos complicados, esa complejidad que siempre me interesó desde adolescente aunque mis acciones no demostraban precisamente concordancia con lo que deseaba. La muerte, el deseo, el trabajo, todo sin solución. Humanos simples: una raza despreciable. Adultos bipolares sin vísceras. Algún viejo indicó sabiduría en la vejez, sólo los tontos se creen a sí mismos sabios (que Dios me perdone, soy un adulto tonto). Dígame qué ver y hacer, por quién votar en las presidenciales pero no me diga qué música escuchar, mi corazón está bien sincronizado con mis oídos. Viniloversus: mi banda indie favorita venezolana de esta noche, me hace sentir lo que es ser adulto. Me amaño lentamente. Los acordes y su distorsión me llevan, floto. Sin algún sentido escribo con esta máquina que no es mía. Se me hace incómoda y no logro acostumbrarme a este teclado, gracias a la vida por este programa y su corrector. Imagino que así se siente un amante infiel inexperto. Yo sería un escritor inexperto fiel a la ignorancia. Esto es lo que los esnobs hacemos es nuestro tiempo: cagarla. En este momento estaría en la relativa comodidad de mi habitación escuchando y viendo mis shows favoritos mexicanos. La cultura nos esclaviza. Pobres indies que se creen adultos. Pobres niños que se creen indies. Mi ropa íntima huele horrible, tal vez a comida descompuesta remojada. El tiempo ha pasado y aún no he podido centrar un tema para discutir conmigo mismo. El interior venezolano tiene ese efecto en mí (al igual que en los teléfonos inteligentes): me pone analógico, se me hace difícil pensar. Mi vocabulario se limita y mi memoria se jubila. Tal vez sea el calor del estudio o la música que me deja drogado mientras, en lugar de llevarme a repensar, me invita a bailar, pero con quién y por qué. Se movió mi cabeza y decido no escribir más, exactamente como en días en el interior. Mi frustración no me importa. Quiero limitarme a escuchar el disco sin pensar, sólo sentir, pero por alguna razón no paro de escribir inmediatamente. Sé que pronto me cansaré y me iré como en momentos pasados y venideros de seguro. La música me atrapa y me involucra en este instante, me siento parte del mundo. Y decido que escribiré hasta que el orden aleatorio del reproductor de Windows se ponga en la pista número cinco, “la misma distracción”. Y justamente por haberme tardado  tanto en la palabra antes del último punto pasado ya se está reproduciendo la canción. Dejaré de escribir, guardaré lo escrito y escucharé lo que queda de pista.

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Buena esa