La noche crece. La noche es joven. La punta de
la manecilla en el reloj rodea constantemente su centro. Ascienden las horas.
Empeño del hombre en hacer el tiempo finito. Fue así como se reproducía el
disco de viniloversus. Siempre es grato escuchar un buen disco, sabe Dios que
éste es mi delirio. Discos indie que vienen y se quedan. Letras que se graban
con tinta indeleble sobre las paredes de mi memoria, con o sin sentido, como
grafitis. Los adultos tenemos sentimientos complicados, esa complejidad que
siempre me interesó desde adolescente aunque mis acciones no demostraban
precisamente concordancia con lo que deseaba. La muerte, el deseo, el trabajo,
todo sin solución. Humanos simples: una raza despreciable. Adultos bipolares
sin vísceras. Algún viejo indicó sabiduría en la vejez, sólo los tontos se
creen a sí mismos sabios (que Dios me perdone, soy un adulto tonto). Dígame qué
ver y hacer, por quién votar en las presidenciales pero no me diga qué música
escuchar, mi corazón está bien sincronizado con mis oídos. Viniloversus: mi
banda indie favorita venezolana de esta noche, me hace sentir lo que es ser
adulto. Me amaño lentamente. Los acordes y su distorsión me llevan, floto. Sin
algún sentido escribo con esta máquina que no es mía. Se me hace incómoda y no
logro acostumbrarme a este teclado, gracias a la vida por este programa y su
corrector. Imagino que así se siente un amante infiel inexperto. Yo sería un
escritor inexperto fiel a la ignorancia. Esto es lo que los esnobs hacemos es
nuestro tiempo: cagarla. En este momento estaría en la relativa comodidad de mi
habitación escuchando y viendo mis shows favoritos mexicanos. La cultura nos
esclaviza. Pobres indies que se creen adultos. Pobres niños que se creen
indies. Mi ropa íntima huele horrible, tal vez a comida descompuesta remojada.
El tiempo ha pasado y aún no he podido centrar un tema para discutir conmigo
mismo. El interior venezolano tiene ese efecto en mí (al igual que en los
teléfonos inteligentes): me pone analógico, se me hace difícil pensar. Mi
vocabulario se limita y mi memoria se jubila. Tal vez sea el calor del estudio
o la música que me deja drogado mientras, en lugar de llevarme a repensar, me
invita a bailar, pero con quién y por qué. Se movió mi cabeza y decido no escribir
más, exactamente como en días en el interior. Mi frustración no me importa.
Quiero limitarme a escuchar el disco sin pensar, sólo sentir, pero por alguna
razón no paro de escribir inmediatamente. Sé que pronto me cansaré y me iré
como en momentos pasados y venideros de seguro. La música me atrapa y me
involucra en este instante, me siento parte del mundo. Y decido que escribiré
hasta que el orden aleatorio del reproductor de Windows se ponga en la pista
número cinco, “la misma distracción”. Y justamente por haberme tardado tanto en la palabra antes del último punto
pasado ya se está reproduciendo la canción. Dejaré de escribir, guardaré lo
escrito y escucharé lo que queda de pista.
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Buena esa