domingo, 29 de abril de 2012

Tiempos que no vuelven

Cualquier tiempo pasado es mejor que el presente; cuando solíamos gritar desaforados para librarnos de contar y seguir escondiéndonos, cuando más valía ensuciarse con la tierra y abrirle todos los huecos posibles al pantalón que un PSP o un Xbox360. Los días de gloria suelen pasar en lo físico pero sus recuerdos no dejarán la mente jamás, es un tatuaje dibujado por la dicha. Aquel dolor abdominal de tanto reír, así como el de las piernas de tanto correr, ambos se quedan en la mente y aunque no son reales son recordados por nuestro ser consciente. ¿Recuerdan, Sofía, Andrés, Juancito? Cuando jugábamos pote - pote o quemados, nos divertíamos golpeándonos y devolviéndonos los golpes, con olor a mono hasta en el cabello. Sofía siempre era la que no quería ensuciarse el vestidito, siempre temía arruinar la obra maestra que su madre hacía con su cabello y los ganchitos rosados que amaba comprar en el mercadito del centro. A la final siempre terminaba cediendo a nuestras largas súplicas, ¿recuerdan muchachos? Y es que no podíamos ser pandilleros sin una fémina, esa era la belleza del grupo, era lo sutil entre un trío de cavernícolas. Con sus manitas blancas y sus uñas pintadas de brillo escarchado, siempre me daba un manotazo en la cabeza cuando le lanzaba un cumplido, desde el principio supe que las mujeres son más complicadas que las teorías newtonianas, ¡y cómo pegaba de duro esa condenada!, la cabeza me terminaba roja. La protegíamos como a nuestra hermanita bebé. Que nadie se atreviera a meterse con Sofiíta porque le iba mal en el recreo. Una vez Sofi vino llorando porque Carlitos le había echado punta de lápiz en el cabello frente a todo el mundo. ¡Pobre Carlitos!, desde ese entonces creo que jamás volvió a tocar el cabello de una niña luego de semejante paliza que le dimos. Andrés siempre era el más peleón, no aguantaba dos pedidas para arremangarse la camisa, por eso me encantaba estar con él, prácticamente hacía el trabajo sucio. Un día la señora Rodríguez vino a mi cumpleaños, apenas tenía una semana de mudada al vecindario, con su hijo entre las faldas. Recuerdo que tenía una caja envuelta en papel de regalo y se lo entrega a Andrés para que me lo diera. Qué carajito más pendejón, pensé. Con esa camisita hasta el cuello que daba la impresión de estar asfixiándose, los pantalones hasta el ombligo y zapatos más lustrados que trompeta de trompetista. La cara de Andrés era un vacilón la primera vez que le miré, me observaba como si lo fuese a morder. El cabello ridículamente peinado con esa raya en el medio y el rostro lleno de pecas. Luego de que al fin me entrega el regalo lo abro con aquella emoción y al ver que era un balón de una vez quise jugar contigo Andrés. Ahí me di cuenta que las apariencias engañan. Con esa pinta de nerdo jamás creí ni hablarte. Desde esa tarde nos hicimos amigos. Me acuerdo cómo te sacabas la camisa del pantalón para correr con el cabello todo alborotado. ¡Quién te viera y quién te ve! La cara negra de tierra me hacía tanta gracia que me burlaba en frente de ti. Esa tarde también estaba Juan en mi casa. Fue el primerito que llegó, siempre lo era en todas las fiestas. Desde que entraba al lugar hasta que se iba no dejaba de visitar la mesa de pasapalos. Era un gordito sedentario, era el más lento del grupo. Cada vez que hacíamos una travesura y nos tocaba huir de inmediato, nos descubrían al ver a Juan tratando de alcanzarnos el paso. Con sus cachetes ruborizados y sus aparatos en los dientes; nunca entendía nada de lo que decía. Aunque era quien tenía menos aptitudes físicas era quien nos unía en nuestras discusiones. Su filosofía pacifista, en extremo fastidiosa, me hacía aceptar sus condiciones para que se callara. De todos era el que más pensaba las cosas, podría decirse que era el más maduro, siempre sacaba A en todas las evaluaciones, exceptuando deporte, claro. Guardaba en su mochila provisiones de gomitas ácidas y chicles de canela. Yo sabía que particularmente los viernes siempre traía chocolate de leche y lo agarraba en el baño para que compartiera conmigo.
Esos tiempos son inolvidables, tantos sabores y tantas luchas que pasamos y sobrevivimos juntos. ¿Recuerdan el primer día de bachillerato? Todos con la chemise azul jugando y escondiéndonos de los de diversificado que siempre nos querían quitar la comida. Esos idiotas.
Los tiempos han cambiado, ya no estamos tan unidos como antes. Por ejemplo me gustaría saber si Sofi aun usa vestidos de satén y faralaos, si aun tiene esos peinados abstractos en la cabeza o si aún conserva la risa graciosa que la caracterizaba, imagino que en Nueva York la gente se ríe. Andrés, ahora que eres boxeador tal vez ya no tienes ni un chance para llamar. Lo comprendo a la perfección. Entre peleas y hospitales se te debe ir el tiempo sin darte cuenta. Me pregunto si todavía conservas tu raya en el centro del cabello, tan europea. Cuántos cinturones has de acumular ya. ¡Ah! Por supuesto Juancho siempre está ahí, en la red conectado. Se puede encontrar en todas las redes sociales o juegos de plataforma mundial. Creo que se hacía llamar JohnDA. Increíble cómo ha avanzado la tecnología. Para hablar con los hijos ahora es necesaria una cuenta en el play station. Hemos reemplazado las visitas por emails y tweets. Y yo aún no he aceptado que ya el mundo que conocía no es el mismo, que ya carece de importancia hablar porque nadie escucha. Las frases de cortesía se han extinguido. Cada vez son menos los niños que juegan sin aparatos electrónicos y deben ir semanalmente a un psicólogo porque se sienten solos y deprimidos. ¿A dónde vamos a parar? ¿Qué será de nuestra especie? Por favor, díganme que aún no he muerto porque quiero que exista una vida distinta, porque la emoción y la felicidad real no deben morir. La electrónica desde su descubrimiento ha sido un arma de doble filo. ¿La usaremos o dejaremos que ella nos use a nosotros?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Buena esa